La remodelación y ampliación del Taller Museo de Cerámica de Zarzuela de Jadraque, gracias a la colaboración del Gobierno de Castilla-La Mancha y a este Ayuntamiento de la provincia de Guadalajara, permitirá poner en valor las más de 300 piezas que se conservan y contar con un espacio donde desarrollar los cursos de cerámica que llevan a cabo durante el mes de agosto.
La consejera de Educación, Ciencia y Cultura, María Ángeles García, destacó hoy el papel que cumplen las asociaciones culturales en la conservación del patrimonio y las tradiciones de los pueblos de Castilla-La Mancha. Así lo indicó con motivo de su visita a la localidad de Zarzuela de Jadraque, en la provincia de Guadalajara, donde firmó el convenio para que el Gobierno regional y el Ayuntamiento lleven a cabo la rehabilitación y ampliación del edificio para el Taller Museo de Cerámica.
García puso como ejemplo el papel de la Asociación Cultural de este municipio, gracias a la cual, y a la colaboración de los vecinos, se conservan más de 300 piezas de cerámica en este municipio, considerado como el centro alfarero más antiguo de la provincia de Guadalajara.
La consejera firmó el convenio junto al alcalde, Carlos Atienza, en un acto en el que estuvieron acompañados por vecinos del entorno, entre los que se encontraba el presidente de esta Asociación, Gerónimo Almeida.
Para el Gobierno de Castilla-La Mancha, “iniciativas como ésta contribuyen a la dinamización y al desarrollo de nuestros pueblos y constituyen un motivo de satisfacción porque son un ejemplo de que nuestro medio rural está más vivo que nunca”, afirmó García.
En este sentido, la consejera destacó el compromiso del presidente Barreda con el mundo rural y la importancia que él tiene la revitalización y la generación de riqueza “que permita que nuestras gentes puedan seguir viviendo en los lugares donde tienen sus raíces”.
“Sabemos que la firma de este convenio es muy importante para vosotros, porque Zarzuela de Jadraque se encuentra en una comarca que experimentará un gran empuje gracias a la reciente declaración del Parque Natural de la Sierra Norte, el tercero más grande en extensión de Castilla-La Mancha”, indicó la consejera.
Como parte de su visita a este municipio, el alcalde mostró a la consejera algunas de las piezas de cerámica recuperadas y le explicó la técnica que utilizaban antaño los alfareros del pueblo.
Características del edificio
Los trabajos de rehabilitación y ampliación del Taller Museo de la Cerámica van a consistir en la demolición de la cubierta actual, lo que permitirá elevar una nueva planta abuhardillada para espacio expositivo. Esta obra cuenta con un presupuesto de 104.468,86 euros, que será financiado en un 95% por parte del Gobierno de Castilla-La Mancha.
En la planta baja permanecerá el taller y un aula donde realizar el curso de alfarería que se imparte durante el mes de agosto, con el fin de mantener esta actividad y potenciarla como atractivo turístico. La primera planta se dedicará a espacio expositivo, que albergará las más de 300 piezas que atesoran, entre botijos, cántaros, ollas, pucheros, cantarillas o copas de lumbre. La más antigua de éstas es una encella, posiblemente del siglo XVIII.
Ambas plantas quedarán conectadas por una escalera de caracol y tendrá acceso directo desde el exterior, a través de una puerta en su fachada este, y de una pasarela que une con la calle posterior, aprovechando el desnivel existente.
Tradición ceramista en el municipio
Localizada entre Cogolludo y Atienza, próxima al pantano de Alcorlo, en Zarzuela de Jadraque se ha desarrollado durante siglos el oficio de alfarero, ejercido por la mayoría de los vecinos hasta casi finalizado el siglo XX. Tal era la tradición ligada a esta industria, que en el pasado el municipio era conocido como Zarzuela de las Ollas.
La última cocción en la localidad se llevó a cabo en 1982, encargada por el Museo de Guadalajara y de la que se conservan más de 200 piezas y fotografías en los fondos de este museo. En 2003, la Asociación Cultural de Zarzuela de Jadraque acometió una recopilación de piezas conservadas por los vecinos, reuniendo 115, lo que permitió editar un primer catálogo con la colaboración de la Diputación Provincial.
Fue al año siguiente, gracias a una ayuda concedida por el Gobierno de Castilla-La Mancha para la investigación y difusión del Patrimonio Etnológico, como María Ángeles Perucha Atienza y Miguel Ángel Rodríguez Pascua, culminaron la investigación con 309 piezas catalogadas, lo que concluyó con la edición por la editorial AACHE del libro ‘La Alfarería de Zarzuela de Jadraque’.
14 de Mayo 2011
Texto íntegro con su correspondiente fotografía del momento, de
los 431 reportajes sobre pueblos de Guadalajara, que durante los años
1980-1989 fueron apareciendo semanalmente en el periódico "Nueva
Alcarria" con el título general de PLAZA MAYOR
Aunque la distancia es mucha, cuentan los habitantes de la comarca
que por los altos de estas sierras se alcanzan a ver con absoluta
nitidez en las tardes claras las Tetas de Viana. Hoy no sucede así. La
tarde es calinosa y opaca, por lo que las brumas del verano incipiente
borran de la visión cualquier indicio que vaya más allá de estos campos
ásperos de jarales en flor.
La Nava, Arroyo de Fraguas, el
desaparecido caserío de Las Cabezadas, Zarzuela… Una carretera estrecha
en buen estado, pero con muchas curvas, me va acercando poco a poco a
este último lugar desconocido para mí. El camino es un cúmulo de
impresiones donde los sentidos gozan ante el formidable espectáculo de
los montes, donde susurra el silencio y se siente profundo el olor a
bosque y el pastoso melaje de las estepas.
Zarzuela es un pueblo
escondido en un rellano en el que liban las abejas de la serranía y
carea el hato cabrío entre los arbustos, de cuyas ramas se alimenta
cuando las hierbas le llegan a faltar. Campos de color y de sabor arisco
que muestran su encendida tonalidad en las tierras que abrió en canal
el agua de las torronteras al paso de los siglos, y que ahora enriquecen
el paisaje con su pincelada bermeja en los cortes de los oteros. Más
allá se recortan las crestas a pico que corona el Santo Alto Rey, en
misterioso contraluz con la fogosidad del cielo de las cinco. Un pastor
me saluda al pasar con el cayado en alto desde el pie de la colina
cercana.
- Buenas tardes ¿Qué se hace el hombre?
- Nada. Ya lo ve usted. Lo que todos los días. Aquí al tanto de los bichos ¿Va usted para Zarzuela?
- Sí señor, voy para Zarzuela.
Las
edificaciones recientes dentro del pueblo suplen -no sé si para bien o
para mal- a las viejas viviendas de piedra de pizarra. La Plaza Mayor
del pueblo no es redonda, ni cuadrada, ni rectangular, es alargada y
espaciosa, de trazado irregular. Con la tarde en calma, el mayo se alza
en mitad de la plaza muy por encima de los tejados más altos. La
costumbre del mayo es cosa que el recién llegado sabe apreciar en su
valor justo. Una señora me mira a hurtadillas detrás de la portona
superior de su casa, y se esconde cuando la miro yo para darle las
buenas tardes. Otras, más adelante, cosen de espaldas al sol en una
placita que hay por la calle de la Iglesia.
- ¡Cómo se conocen ustedes los buenos sitios!
- ¡Sí señor; aquí no se esta mal!
La
iglesia está sobre un macizo de peñascos que se le sirven de peana. La
espadaña, orientada hacia las sierras de poniente, es de losa de pizarra
con argamasa, y tiene dos vanos y dos campanas. El sol de la tarde
enciende destellos, como puntitos de luz, en la superficie plateada de
las piedras.
Las calles de Zarzuela son casi todas de cemento, llanas
y bastante limpias. Algunas de los aledaños conservan los inevitables
excrementos del ganado. Antes de llegar hasta el lavadero y la fuente
pública, las eras más allá, veo un viejo cilindro de piedra, a manera de
horno solitario, abandonado, que uno ignora lo que algún día pudiera
haber sido.
- Pues es un horno; sí señor. Un horno antiguo de cocer cacharros.
- ¿Cómo que de cocer cacharros?
- Sí, de cocer botijos, y cántaros, y pucheros de barro. Yo todavía me acuerdo. No se vaya a creer que hace tanto tiempo.
- Ah, pues eso que cuenta es nuevo para mí.
- Salían unos cacharros de primera. Los llevaban con las caballerías a vender por los pueblos.
- ¿Cómo se llama usted?
- Yo me llamo Vicente Navas Perucha. Soy de aquí, pero paso más tiempo en Madrid que en el pueblo. Mi sobrino es el alcalde.
La
fuente arroja un par de chorros abundantes de agua de montaña, de agua
fresca, con sabor a agua, que uno se dispone a probar esforzándose en
una postura incómoda. Debajo está el abrevadero de las caballerías,
transparente su agua como el cristal y hasta casi su mitad lleno de
cantos. Sobre el frontis de la fuente se lee: “Se hizo la fuente en
1873”.
- Muy rica está el agua, sí señor.
- Mejor que la de Guadalajara. Y eso que aquella se la regalamos del Sorbe.
Vicente
Navas es un señor bajito de estatura, con el pelo revuelto y algo
canoso, para oír emplea un aparato metido en el pabellón de la oreja.
Anda sacando agua del pilón, supongo que para regar. Al rato acude el
señor Antonio a dar de beber a la mula, y enseguida se marcha.
- Hola señor Antonio. Buenas tardes.
El hombre me mira con gesto afectuoso, pero se va sin contestarme.
- Es que no le ha oído. Está sordo –aclara Vicente.
En Zarzuela de Jadraque hay todavía media docena de mulas, que ahora pastan en los yerbazales de las eras.
-
Oiga, a mi me gusta eso de que claven el mayo en mitad de la plaza. No
creí que la costumbre llegaba hasta los pueblos de la Sierra. Por la
Alcarria y en la Campiña sí que los he visto, bien altos y rectos
también.
- Lo pusieron el día primero de mayo. Lo cogimos en el
barranco de Carralcorlo. Lo mismo se tira ahí tres o cuatro años. El que
había antes estuvo ahí hasta que se cayó por su cuenta.
- Lo suyo sería reponerlo cada año ¿verdad?
- Pues más arriba de la junta de la cruz tiene colgados dos relojes y un billete de quinientas pesetas.
- Y eso para qué es.
- Eso es para el que suba a cogerlo, para él.
- ¿Y no sube nadie?
- Sí, nunca falta alguno. Lo que pasa es que tiene que ser la gente joven, y hasta que no vengan…
- Pues nada, que sea pronto. Como lo dejen, con las lluvias y los relentes no sé si los relojes servirán para algo.
- Sí, yo creo que en este fin de semana caen.
En
Zarzuela apenas queda gente. Unas cuarenta personas, no más, iterando
de largo. En cambio, cuentan todavía con una importante cabaña de ganado
lanar por encima de las ochocientas cabezas y cuatro hatajos de cabras.
- Es de lo único que vive la gente del pueblo, porque el campo da para poco. Ya lo habrá visto usted, es terreno frío.
El
sobrante de la fuente pública pasa al lavadero por su propio pie. El
lavadero se compone de dos albercas limpias y de tamaño desigual, bajo
un techo de palos y cañizo que soporta las tejas. En las paredes del
lavadero se ven pintadas hechas de tizne, que desdicen un poco de la
general impresión que ofrece el pueblo a primera vista. La temperatura a
la sombra del lavadero es fresca, y a estas primeras horas de la tarde
también confortadora. El agua se renueva sin parar.
El pueblo de
Zarzuela, sin que por ello se falte un ápice a su estampa eminentemente
rural, se ve aseado e influido por la modernidad. Las casas blancas y
los tejados de uralita contrastan con las otras negras, propias de la
arquitectura tradicional. En los espacios perdidos del casco urbano han
plantado árboles, cuyos troncos tiernos protegen rodeándolos de ramas de
zarza en un intento de librarlos del mordisco del ganado. En una de las
calles hay dos señoras hablando con toda tranquilidad a la sombra de un
tejadillo que cubre la portona de una casa antiquísima. . La dueña se
llama Isabel, y su vecina se llama Nicomedes. Las dos son mujeres
abiertas y conversadoras.
- Que cuántos años tiene mi casa, dice usted. Pues no lo sé. Por lo menos cuatrocientos, o dos mil. Sabe Dios.
- No me diga.
- Sí hombre. Está toda hecha con maderas y gorrones. No lo ve.
La
vivienda de la señora Isabel, nadie lo duda, es una de las más antiguas
de Zarzuela, lo que no quiere decir que vaya más allá de los doscientos
o trescientos años, aunque ella se obstina en asegurar que en su puerta
de casa jugaron a las canicas los niños del Paleolítico. La puerta de
entrada es de las de dos hojas, superpuestas y en horizontal, tosca y
muy grande. El portal está pavimentado con grandes planchas de pizarra.
- ¿Para cuándo celebran el día del Patrón?
- Aquí es el 15 de agosto. Vienen los de Madrid y juegan al fútbol ahí donde las eras con los de los pueblos de alrededor.
- Y baile.
-
Claro, y baile. Y desde hace unos años nos traen también becerras para
que las toreen los mozos, así muy pequeñazas. Luego nos las comemos
todos juntos.
Doña Isabel, doña Nicomes y doña Hilaria -Eladia me ha
dicho que es su verdadero nombre- me acompañan después, dando un paseo,
hasta la ermita de la Soledad, pared por medio con el cementerio. Doña
Hilaria tiene en su casa el teléfono público y guarda en su casa la
llave de la ermita. Al pasar junto a un edificio nuevo que expone como
adorno un yugo de labranza, las mujeres me explican que todos aquellos
chalés y casas modernas fueron hasta hace poco los casillos de guardar
ovejas.
- Los han levantado los que viven en Madrid, y aquí tienen su casa para venir en verano.
Cerca
de la ermita hay algunos huertos rodeados de muro, casi todos llecos.
Los que aún se conservan están atendidos por hijos del pueblo de los que
viven fuera, y que suelen plantar, según mis acompañantes, cuatro
cosuchas para el gasto.
- Esos los riegan con el sobrante del lavadero.
La
ermita de la Soledad es hermosa, y se ve bien atendida. En la ermita
está la imagen de la Virgen adornada de flores, y el Santo Sepulcro que
sacan en procesión la tarde del Viernes Santo. Media docena de velas
arden a los pies de la imagen, y de las paredes cuelgan algunos exvotos.
Todo está limpio y aseado.
- La Virgen de la Soledad la sacamos en
Semana Santa. Luego, durante unos días, se tiene en la iglesia y la
volvemos a traer a su ermita.
- Lo que veo es que, estando un poco retirada del pueblo, la tienen con luz eléctrica.
-
Sí, está todas las noches con su luz encendida, que para eso la
pagamos. Va con las luces de la calle. Mire, una esquina de la ermita se
nos cala. Como no hay cuartos, no la podemos arreglar.
A través del
espacio libre que queda entre el dintel y la puerta del cementerio, veo
como una selva de hierbas espigadas que ahogan las cruces de los
muertos. Después de nuevo el campo. Explosión de color en estas tardes
serranas en las que manda la paz. Las amapolas, las margaritas, las
lilas y las tamarillas silvestres, juegan a hermosear en un marco sin
fin que entornan las lejanas elevaciones carpetovetónicas.
Zarzuela
de Jadraque, escondido a la vista de la gente, y quizás un poco
moribundo aunque intente disimularlo, quedará al fin soñoliento en el
llano donde asienta. Un botón más de muestra en el manto irrepetible de
la geografía guadalajareña.
(N.A. Junio, 1987)
http://guplazamayor.blogspot.com.es/2009/12/zarzuela-de-jadraque.html
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